Testamento
Víctor Hugo
Viscarra
Ante la proximidad del momento en que yo deberé marchar en pos de
horizontes más halagüeños y promisorios, y como dicen que es menester y
obligatorio dejar a quienes se quedan con lo que no podremos cargar hasta
nuestra fosa, me he visto obligado a redactar una especie de testamento donde
haré constar, cláusula por cláusula, la manera en que mis "bienes" –es mi
voluntad– deben ser distribuidos, cosa que, después de muerto, no hayan quejas,
peleas, litigios o desavenencias que puedan enturbiar mi paso de este mundo al
otro. Para expresarlo mejor, ya que en vida nunca me dejaron en paz –y conste
que yo soy paceño–, quiero que al menos en muerto me dejen morir
tranquilo.
Y a todo esto, cuando uno se va para no retornar, ¿por qué siempre tiene
que dejar constancia de sus bienes? ¿Será para apantallar a los demás
demostrando lo que uno tiene y los otros no? ¿Acaso es un formulismo que hay que
llenar para acceder al Purgatorio?Recuerdo los casos de aquellos carnales míos
que, viviendo en paupérrimas condiciones y privándose aún de lo necesario, una
vez difuntos hicieron conocer a los moros y a los que no lo son, que eran
poseedores de ingentes fortunas que fueron aprovechadas por las primeras aves de
rapiña que llegaron hasta esos botines.
Demás estaría el agregar que ellos fueron enterrados en fosas comunes y hoy
tan sólo viven en el estómago de los gusanos que los devoraron, aunque ellos
fueron más huesos que carne por las innumerables dietas forzadas a las que
voluntariamente se sometían.
Hace mucho tiempo –según cuentan las crónicas– un avaro de esos, consciente
del peligro que corría su fortuna ante la proximidad de su deceso, recibió el
consejo de que, antes de morir, se la comiese o se la bebiese. Y él, ni cojo ni
manco, hizo caso y, claro está, murió porque los billetes ingeridos le causaron
tal congestión estomacal que su agonía, dicen, fue terrible.
Es por eso que, cuando aún me quedan fuerzas para redactar la repartija de
mis bienes, los entregaré de acuerdo a las necesidades de mis herederos y las
posibilidades mías. Empecemos.Todos mis libros, absolutamente todos, los dono a
la Biblioteca de Alejandría, puesto como los he perdido irremediablemente,
presumo que a ese lugar han ido a parar.
Aquellos libros que presté y no me los devolvieron, ¡ojalá! les sirva de
mucho a los que, sufriendo de amnesia, no recordaron que dichos textos tuvieron
un dueño original y si en un principio me sirvieron como guías y educadores,
tengo la remota esperanza de que a ellos, a esos ex amigos, los saque del estado
de analfabetismo ancestral en el que yacen.Los textos que me fueron robados,
ignoro a qué manos han ido a parar, quedan en calidad de perdidos, porque, ya
que no pude hacer nada para retenerlos, menos puedo hacer para
recuperarlos.
Mis pensamientos los cedo a la humanidad entera, no para que los aprovechen
sino para que aprendan cómo en el más completo estado de abandono, un ser humano
puede cultivarse y educarse sin pasar por institutos, universidades, simposios,
congresos, postgrados, maestrías y demás tucuymas.Todas mis deudas se las dejo
generosamente a mis acreedores, porque sabiendo que yo vine al mundo sin traer
nada ¿cómo voy a tener algo para pagar deudas a otarios y prestamistas? Ya lo
decía mi ex amigo Ojo de Vidrio: "El deber es de caballeros y el cobrar es de
cholos".
Además, ¿por qué tendría que pagar algo si no recuerdo haber recibido
préstamo alguno? Lo que sí sé es que cada obrero es digno de su salario. Por lo
tanto, lo único que hice fue cobrarme las lecciones que les di, pues,
desasnándolos, los culturicé un poco (digo "un poco", porque tampoco puedo hacer
milagros volviéndolos genios en dos patadas y un t’ajlle) y ese tipo de vocación
de servicio no tiene precio conocido.
Las pocas ropas que poseo son sólo para mí, porque si las cedo a alguien,
¿con qué voy a cubrir mis desnudeces? Tuve mucha ropa y gran parte la he
obsequiado. Otras las presté y no me las han devuelto. Las más fueron
"nacionalizadas" apenas yo abandonaba aquellos refugios espontáneos donde, en
las noches y en los días, iba a reposar mi cansancio. Si bien en muchas
oportunidades yo me jactaba de poseer buenas colecciones de prendas de vestir,
también existen fechas como la presente, cuando las madrugadas me sorprenden
vistiendo tan sólo una muda de ropa. Por eso es que determino que mis pobres
harapos los dejen conmigo. Que no se los lleven, que me permitan conservarlos.
Aunque, claro está, si a alguna persona les son de utilidad todavía, se las
entreguen, que yo, solidario como el viento que sopla por igual a los mortales,
animales y minerales, creeré haber encontrado en ese viento generoso, el abrigo
que cubra mis partes púberes y caliente mis anquilosadas extremidades.
A los que se jactaban y se jactan todavía de ser mis enemigos, les dejo mi
perdón, con la certeza de que jamás tomé en cuenta sus malevolencias. Siempre
supe que es mejor no vivir amargado colocando una venda de indiferencia a los
ultrajes recibidos, perdonar agravios e injurias para reconciliarse con Dios y
con el diablo y, por ende, con la propia naturaleza.
Mi pobre corazón, hecho pomada desde los tiempos en que éramos ingenuos y
cándidos y con el que recorrimos los caminos de la frustración y el desengaño,
lo dejo a todas aquellas personitas que se divirtieron hasta el cansancio con
sus artimañas y juegos sentimentales. A esas personitas que supieron poner en
práctica sus ardides y mañas femeninas, lastimando a su gusto mis pálidos
estertores personales, para dejarme llorando mi desconsuelo en cantinas y
chicherías, donde estúpidamente yo moría ahogado en ingentes cantidades de
licor, resucitando en medio de mi tragedia y volviendo a morir, mientras ellas,
felices y contentas.
Sólo a ellas les pertenecen los guiñapos de mi devaluado corazón, los
restos que quedaron de mi compañero de caminos y amaneceres. Si ellas, que
fueron, son y serán siempre para mí las criaturas más bellas que poblaron la
tierra, desean guardar leve memoria del único ser que las ha adorado como a
diosas, desde donde yo esté, siempre irá para ellas una oración de
agradecimiento porque, con sus besos, sus mimos y sus desdenes, sus burlas y sus
palabras melodiosas, lograron darme el aliento y fuerzas necesarias para que yo
persista en se camino pedregoso de pretender ser amado, sin reconocer que amar
era algo que yo nunca había aprendido.
* Extraído de "Alcoholatum y otros drinks" de Víctor Hugo Viscarra, quien
falleció a causa de una cirrosis avanzada la semana pasada a los 49 años. A
diferencia de muchos "escritores del submundo urbano", Viscarra contó lo que
vivió a través de sus libros: "Coba. Lenguaje secreto del hampa boliviano"
(1981), "Relatos de Víctor Hugo" ((1996), "Alcoholatum y otros drinks" (2001),
"Borracho estaba pero me acuerdo" (2003) y "Avisos necrológicos" (2005).
Texto extraido de: http://alcoholatumyotrosdrinks.blogspot.com